El amor de un arribista
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Bel Ami", de Guy de Maupassant.
Hay personajes que te llevan a otro como una llamada a su nota a pie de página. Ése ha sido el caso de Lucien de Rubempré, cuya peripecia final en Esplendores y miserias de las cortesanas es mi lectura de estos días. El poder de seducción del galán de Balzac me ha recordado al del Bel Ami, de Guy de Maupassant.
Siempre interesado por la narrativa decimonónica francesa, leí a Maupassant con sumo gusto en las esplendidas traducciones -y compilaciones- de Ester Benítez para la entrañable colección de El libro de Bolsillo de Alianza Editorial. Fue en los años 90. Aquellas lecturas supusieron uno de los placeres que me deparó el fin de siglo. Empecé por los cuentos. Abundando en ellos di con Bel Ami, la espléndida novela del gran Maupassant que expresa de forma incontestable esas estrechas relaciones entre el dinero y el amor que ya habían sido uno de los asuntos fundamentales del gran Balzac. Lo que sigue son las notas que tomé entonces, en mi lectura de Bel Ami de hace ahora once años, en septiembre de 2000.
Georges Duroy es un modesto empleado que recuerda sus crueldades como miembro del ejército colonial en África. Pasea por las calles de París haciendo cálculos sobre su falta de dinero cuando se encuentra con un antiguo compañero del ejército. Charles Forestier, el tipo en cuestión es ahora redactor jefe de la sección de política de La vida francesa. Enfermo y afectuoso, presta a su amigo un dinero para que acabe el mes, alquile un frac y se presente al día siguiente a cenar en su casa. Entre los invitados se encuentra el dueño de La vida francesa, un judío apellidado Walter, y Forestier estima que habrá oportunidad para que su antiguo camarada comience a abrirse camino en el periodismo.
"Si se habla de Tiberio o Cicerón sabes más o menos qué es eso" (pág. 16) pregunta entonces el redactor jefe. Como su amigo le responde afirmativamente, Forestier considera que basta para ser periodista. He aquí un dato tremendamente revelador sobre la preparación de los informadores decimonónicos y sobre la opinión que le merecían al gran Maupassant sus compañeros de la prensa. De hecho, como se afirma en la solapa, no es baladí que el maestro, siendo colaborador de tantas publicaciones como fue, situé el relato en el mundo del periodismo.
Posteriormente, durante una visita al Folies Bergère -un lugar mucho más grande de lo que yo imaginaba, por cuya galería se puede pasear casi como se hace por una avenida- se nos descubrirán los encantos que las mujeres ven en Duroy merced a la impresión que causa a una prostituta que acepta marchar con él poco menos que gratis.
La noche siguiente, durante la cena, azorado y fascinado por la gente chic, entre otros invitados, Duroy conocerá a Madeleine Forestier -la mujer de su amigo-, Clotilde de Marelle -una mujer corrompida según el Bompiani-, al señor Walter -director de La vida francesa- y a su esposa. Una observación pronunciada en el momento oportuno, a cuenta de unos problemas habidos en el África colonial francesa, hará que Walter encargue a nuestro hombre un artículo sobre Argelia.
Puesto a ello, Duroy no sabe escribir. Tiene ideas, pero no es capaz de desarrollarlas. Agobiado acude una vez más a Forestier y éste, una vez más, le dice que no se preocupe, que Madeleine le ayudará. Efectivamente, la señora Forestier, tras pedirle que le cuente sus recuerdos, le escribe la pieza exactamente igual que hace con las que firma su marido. Entretanto, Georges se enamora de ella. La visita acaba cuando el conde de Vaudrec -a quien en su primera aparición ya sabemos el amante de Madeleine- se presenta en la casa.
El artículo es un éxito y se le encarga una serie. Pero no puede escribir el siguiente. De nuevo recurre a Forestier, pero el camarada ya se ha cansado de él. Ante este panorama, el primer texto totalmente original de Duroy es un fracaso. Aún así, consigue entrar en la redacción como ayudante del cronista de sociedad -Saint Potin-, un tipo que incluso falsea las entrevistas. No hace falta mucho tiempo para que el advenedizo se convierta en un notable reportero, adquiriendo facilidad de "pluma con sus gacetillas".
Tras un segundo encuentro con Clotilde de Marelle, a la que visita por que ella se lo ha pedido dos meses después de conocerla, la dama -cuyo marido siempre está fuera por motivos laborales- le convida a una de las cenas que celebra con los Forestier en el reservado de restaurante para responder a las invitaciones de estos con ella. Será esa noche, al acompañarla a casa en el simón tras los postres, cuando Duroy bese a Clotilde por primera vez. Instantes después, de nuevo solo, se sentirá un hombre feliz porque ya tiene "una mujer casada" (pág. 90), como la gente chic.
Querido de Clotilde, es la hija de ésta la que le da el apodo de Bel Ami. Por salir con Clotilde, que se empeña en ir a bailongos populares disfrazada de pobre, Duroy se entrampará hasta el punto de llegar a tener menos dinero que al comienzo de la novela. Cuando, tras una pequeña disputa, Georges pone a su amante al corriente de la situación, Clotilde comienza a dejarle dinero, disimuladamente, en su chaqueta.
Los primeros reparos de Duroy a estas sumas, que se promete devolver en breve, no tardan en relajarse. Máxime cuando, después de que Georges sea saludado por su meretriz del Folies -Rachel-, se produzca la rimera ruptura de la clandestina pareja. La Marelle, como la llama Madeleine, no sólo es la que paga, sino también la que -tras ser molestada por los vecinos de la miserable vivienda que habita Duroy-, alquila el apartamento que acogerá su adulterio.
En los días siguientes, Forestier comienza a hacer la vida imposible a su antiguo camarada en el periódico. Georges, en venganza, acaricia la idea de ponerle los cuernos. Con tal propósito, visita a Madeleine la mañana siguiente. Viéndole venir, ésta le dice claramente que no va a ser su amante, pero le propone que sean amigos. Como Duroy asegura amarla de veras, acepta el trato. Bajo esta nueva condición, ella le aconseja que visite a la señora Walter para "colocar sus piropos", aunque la mujer del dueño de La vida francesa es honrada y no le ofrecerá ninguna posibilidad de "lío". Tras superar los pequeños temores que le inspira una posible torpeza con la mujer del jefe, el arribista que ya despunta en él visita por primera vez a la señora Walter. Después de las primeras veladas en dicho domicilio, será nombrado redactor jefe de la sección de Ecos.
También será en una de las noches en casa del jefe cuando Duroy vuelva a ver a la señora de Marelle. Para sorpresa de nuestro hombre, ésta ha olvidado la disputa y le invita a proseguir con sus amores. Un duelo, librado con un tipo que se burla de sus crónicas, le convertirá en un héroe a los ojos de Clotilde.
Mientras el advenedizo prosigue su vertiginoso ascenso social, el estado de salud de Forestier -aquejado desde las primeras páginas de una dolencia pulmonar- se agrava. Trasladado el matrimonio a Niza, Madeleine, aduciendo esa amistad que Georges le jura y la que le uniera en el ejército a Charles, ruega a Duroy que se acerque a acompañarle en los últimos días del moribundo. Cuando Forestier expira, Georges pide matrimonio a Madeleine. Tras un tiempo prudencial y tras puntualizar que para ella el matrimonio es una asociación más que un vínculo -que va a tener amantes, hablando en plata- ésta acepta. Será Madeleine quien, para dar un aire aristocrático al apellido de su futuro, le indicará quien se lo cambie por Du Roy.
La pareja parece quererse tanto en un primer momento que Madeleine se empeña en visitar a sus suegros, pese a que él le advierte que son unos aldeanos. La madre de Georges desconfía de ella: un día aguanta la parisina en el pueblo. De nuevo en la capital, bastara con que Clotilde les visite para volver a liarse con ella, pues han vuelto a partir cuando Bel Ami anunció a su querida su matrimonio. Pero su éxito con las mujeres no evita que el advenedizo comience a sentirse agobiado por el fantasma de Forestier. No es sólo que sus artículos sean calcados a los del finado, también que vive en su mismo domicilio, que en la redacción le llaman como llamaban a Charles... En fin, que ha ido a ocupar en todo el mismo puesto que antaño ocupara el difunto. De un modo que un día, que Madeleine explica que no se hacen dulces en la casa porque no le gustaban a Forestier, Du Roy comienza a dar rienda suelta a una obsesión. Advierte en la redacción que retara a un duelo a quien vuelva a llamarle por el apodo que le relaciona con el finado y comienza a preguntar a Madeleine si engañó a Charles. Ella, muy correcta, nunca responderá. Pero el advenedizo, que a mi entender también se sabe cornudo, después de un paseo en coche por el Bois de Boulogne, deja de querer a su mujer, probablemente la única que ha querido de verdad.
Cuando Du Roy decide emprender la seducción de la señora Walter ya es un arribista consciente de serlo, con anterioridad lo ha sido sin reparar en ello. Como señalan los comentaristas de esta joya, tal vez sea a la jefa a la primera mujer que Bel Ami conquista obedeciendo a un deseo ajeno al sexual. De hecho, la Walter es una dama mayor. Como señala el Bompiani, anteriormente no ha utilizado deliberadamente el poderoso atractivo que ejerce sobre las mujeres.
La operación da comienzo durante un asalto -un encuentro de esgrima- celebrado en la misma sala de armas en que Du Roy se entrenó para su duelo -uno de los fragmentos que más me han llamado la atención-. Será la jefa quien oponga una mayor resistencia a sus caricias, pero también la que, una vez vencida, se rinda a él con una vehemencia mayor.
Mientras Bel Ami intenta meterse en la cama de la Walter, en la suya se cuece un turbio asunto sobre Marruecos. Laroche Mathieu, el nuevo amante de Madeleine, siempre hermosa, ambigua e intrigante, lo promueve en los ambientes políticos; La vida francesa, en la opinión pública. Cuando la jefa se rinde a sus pies, Du Roy no tarda en despreciarla, con lo que ella estará a punto de enloquecer por él. Tanto es así que le proporcionara una información confidencial sobre el asunto de Marruecos. Estos conocimientos le procurarán un nuevo dinero a Bel Ami. Dicha cantidad apenas tiene importancia para él. De hecho le pasa los datos a Clotilde, quien sigue siendo su amante.
Nuestro advenedizo ha puesto sus infalibles ojos en Suzanne Walter, la bella hija mayor de su jefe. Antes de iniciar la que la crítica, con tanto acierto, llama su obra maestra, Georges tendrá tiempo de volver a discutir una vez más con Clotilde. En esta ocasión el motivo es que ella le descubre unos pelos que la jefa, en su ya incipiente desvarío, ha dejado ex profeso en la chaqueta de nuestro execrable galán.
Muerto el conde Vaudrec, Madeleine resulta ser su heredera. Como aceptar la herencia sin más supondría reconocer que el aristócrata fue su amante, alegando la observancia de la debida compostura, Georges estima que lo mejor será que ella le dé a él el cincuenta por ciento del dinero. Madeleine acepta la extorsión con una elegancia admirable y, tras dar la correspondiente fe de ella en el notario, Bel Ami se hace limpiamente con una pequeña fortuna.
Durante una fiesta celebrada en la casa de los Walter, Du Roy tantea por primera vez a Suzanne, quien resulta estar perdidamente enamorada de él. Su matrimonio con Madeleine es un obstáculo para su verdadera meta, decide poner en marcha una operación para sorprenderla -acompañado de un policía- en un flagrante adulterio con Laroche Mathieu, ahora ministro tras su éxito en el asunto de Marruecos, quien, por cierto, acaba de condecorar a Bel Ami con la legión de honor.
Divorciado de Madeleine -quien acaba viviendo en Montmatre, escribiendo los artículos de un joven periodista, de quien también es amante-, y habiendo acabado de paso con la carrera política de Laroche Mathieu, lo único que le impide casarse con Suzanne es la oposición paterna: la madre se ha vuelto loca de dolor y el jefe ha prometido a la muchacha a un joven conde. Ante este panorama, a Du Roy no le queda más remedio que raptar a su bella. Suzanne, que ve en el gesto un acto de amor, se presta a ello encantada.
Las apariencias y la debida compostura vuelven a jugar en favor de Bel Ami. Walter se ve obligado a consentir el matrimonio, so pena de ver a Suzanne deshonrada.
Cuando el advenedizo pone a Clotilde en antecedentes de su boda, los amantes vuelven a discutir. Cabe pensar que él está en verdad enamorado de Suzanne puesto que aguanta impasible todos los insultos que la Marelle tiene a bien soltarle, hasta que ella dice que se ha acostado con su prometida -lo que no es cierto-. Es entonces cuando Du Roy comienza a golpearla "como si le pegara a un hombre".
Pero una vez más Clotilde perdonará. Será en la boda, magna ceremonia en la que se da cita todo París. Mientras la jefa desespera y Bel Ami luce su legión de honor: "ante sus ojos deslumbrados por el brillante sol flotaba la imagen de la señora Marelle atusándose frente al espejo los pelillos rizados de sus sienes, siempre revueltos al salir de la cama", concluye el maestro.
Habida cuenta de la importancia que tiene en la literatura gala, no hay duda de que el adulterio es el primero de los juegos galantes de Francia. Desde Flaubert hasta Celine, desde Maupassant hasta Drieu La Rochelle todos hablan de él. No obstante, lo que cuenta en esta novela es su magnifico retrato del arribista, del aldeano mezquino metido en el vertiginoso ascenso social.
A este respecto, bien se pude decir que Bel Ami es lo más grande que se ha escrito. Particularmente, es una de las novelas que más me han gustado de toda mi experiencia de lector.
Publicado el 9 de septiembre de 2011 a las 10:15.